jueves, diciembre 14, 2006

Fósil resplandor.

Parte segunda: “Tempestad”.

Al atardecer, luego de haber sufragado, fuimos a casa, ya que aun teníamos otro asunto. Una vez en ella mi madre (siempre provisora) sacó una botella de champagne que tenía reservada para la ocasión, y alegremente brindamos por el cumpleaños de mi padre, al mismo tiempo que anunciaban por la televisión la inminente victoria de nuestro presidente que en ése momento ya llevaba la aplastante ventaja del 89% de los votos válidamente emitidos, con lo cual se marcaba otro hito en nuestra historia, en la que un candidato en primera vuelta (y última en éste caso) obtuviera tan inigualable resultado. Este hecho hizo subir la moral de la gente casi en el acto, como si la política de a poco cambiara de significado en las personas. Mi padre, en tanto, me contaba que no siempre fue así y que de hecho hacía 20 años atrás se seguía recordando con odio los años oscuros por los que otrora mi país había pasado, tiempos que según me contaba, él no vivió en carne propia, y que tampoco viviría, ya que, según él; Eran otros tiempos. Quizás en eso siempre tuvo razón, de una u otra forma, él nunca vivió tiempos como aquellos, y el destino o el azar se encargaron para siempre que para él, aquellos siempre fueran; “Otros tiempos”.

Recuerdo perfectamente aquél brindis con mis padres, fue la primera vez en mi vida que pude sentir un gusto agradable en el alcohol, y de hecho, es como si aun lo tuviera en mi garganta, como si aun sintiera ese gusto, tan agradable, tan familiar, que siento vivo en mi boca, añejándose y amargándose a medida que avanza a través de mi cuerpo y a través de los años que el mismo ha vivido. A la mañana siguiente del día doce, todo era felicidad, era como si la horrible capa gris que cubría las caras de la gente, de pronto hubiera desaparecido para dar paso a una nueva luz, que irradiaba de cada ciudadano, lo que hacía de pronto olvidar todo lo que fuera de nuestro país sucedía, que hacía de pronto olvidar la terrible sombra negra que a cada movimiento del minutero crecía y se agitaba, desesperada por entrar en nuestro terreno y hacernos recordar aun más allá del terror y la desesperación.

Pero lamentablemente en la vida del hombre, y como ya lo he dicho, la felicidad parece estar predeterminada a una vida corta, ya que esa felicidad de la que he hablado, se disipó completamente sólo un par de meses después de haber visto la luz, para dar paso súbitamente a la más oscura de las incertidumbres. El día Jueves 24 de febrero de 2033, y faltando sólo 5 días para que nuestro presidente comenzara un nuevo ciclo presidencial ocurrió la catástrofe, un hecho tan abrumador y devastador en nuestra historia que hizo colapsar todo medio de comunicación existente, dando origen y libertad a dos palabras que estaban siendo olvidadas de nuestras mentes; Caos y terror. La noticia recorrió el mundo confirmando la catástrofe; “09:11 Hrs. Zona horaria GMT-04:00 Santiago: Misil (origen desconocido)- Destrucción total – Lugar del atentado: Valparaíso – Estimación de bajas civiles: 500.000 – Alerta máxima – Activación del código de seguridad de nivel 3 a las 10:03 Hrs. Zona horaria GMT-04:00 Santiago.”

Es evidente el estado en que quedó sumido el país luego de ésa terrible calamidad. La activación del código de seguridad del nivel 3 era algo que en nuestro país nunca antes se había usado. Cierto es que fue formulado con el fin de ser usado en casos de posibles catástrofes, mas nunca fue necesario ponerlo a prueba y la única vez que la gente vio su “utilización” (o para decirlo con más propiedad, la primera vez que se vio la forma de uso de dicho código) fue en el gran simulacro del año 20’, en que el país entero participó de forma colectiva. Se evacuaron escuelas, se prepararon los hospitales, la gente fue retirada de sus empleos y las calles fueran vaciadas, tratando de mantener en el mayor grado posible la calma, para evitar accidentes. La fuerza pública ocupó cada rincón del país, y las fuerzas políticas hicieron lo suyo ordenando el toque de queda desde las 9:00 PM. Luego fue activado el estado de alerta, (que en el código está a un paso antes del estado de guerra), en el que las fuerzas militares tomarían definidamente el poder hasta pasada la supuesta catástrofe, según lo estipulaba una ley formulada explícitamente para éstos casos. Hecho lo último se prepararía por entero el sistema de defensa y ataque del país, con lo que se pretendía resguardar la seguridad de los ciudadanos y acabar de forma más rápida y limpia con cualquier tipo de amenaza existente.

A pesar de que aquél simulacro fue un éxito, teniendo una cuenta mínima de accidentes y una envidiable rapidez y claridad en la ejecución del ensayo, la acción no fue bien vista por nuestros vecinos, siendo argentina la primera en reaccionar, quejándose por una incitación a la guerra y al uso del miedo como arma estratégica. Dicha pugna comenzó a debilitar nuestras relaciones con ése país, el cual aprovecharía en adelante cualquier tentativa para desprestigiar al nuestro; A lo que claramente nosotros quitamos relevancia porque simplemente no la tenía, ya que el simulacro, si bien causó las ya nombradas reacciones, no fue ejecutado para incitar temor. Luego de acabado el malestar generado por el simulacro se llegó a la conclusión de no volver a ejecutarlo para no agitar más las relaciones con los países vecinos, aparte de aquello se concluyó también que (y en vista a la buena situación por la que atravesaba el país y las buenas relaciones que se mantenían con el exterior) no era necesario ni código ni simulacro de aquellas características, por lo que el primero sería descartado y el segundo no sería repetido. De ésta forma el hecho que causó tanta controversia, fue ejecutado un año, discutido en dos y olvidado en tres. Resultado final; “Paz”.

Ahora queda claro cuanto duró esa paz, y queda claro también cuanto duró el descarte efectuado al código de seguridad, que fue activado por el gobierno, o al menos por una parte de él, no una hora después del “atentado” (como fue catalogado el hecho). Digo “una parte del gobierno” porque fue el senado en mayoría quien a petición de las fuerzas armadas activó el código, a lo que el presidente aceptó, pero no de forma completa, ya que no aceptó ceder el poder a manos de los militares como lo estipulaba el estado de alerta, ya que si bien se aceptó activar por completo el sistema de defensa, para el presidente era inaceptable imponer toque de queda a las personas, dejando a cargo del poder a los militares, lo que acrecentaría el pánico en la sociedad, por una situación extremadamente delicada, que necesitaba ser abarcada con más profundidad, y ser investigada a su vez de forma más organizada, cosa que los militares no harían, ya que, de declararse el estado de guerra (en contra de un enemigo desconocido) los resultados serían aun más devastadores que el atentado mismo.

Recapitulando en el atentado sí, es importante agregar que en un principio se estimó un total de 500.000 bajas civiles, y de hecho con ése número fue conocido mundialmente el hecho, del cual todos ya empezaban a hablar. Pero la verdad es que ése número distaba mucho de la cruda realidad, ya que esa estimación fue formulada de forma apresurada, y además fue manipulada por el gobierno para no crear un pánico mayor en las personas, ya que las cifras reales con el transcurrir de los minutos y las horas fueron elocuentes y por lo demás aplastantes, ya que, conociendo la magnitud del daño y el tamaño de Valparaíso, agregando el gran número de personas que lo habitaban (y a eso sumándole la abrumadora cantidad de turistas nacionales y extranjeros que estaban de visita en el lugar por esos últimos días veraniegos) con cada nueva actualización en los noticieros, los resultados se veían cada vez más desalentadores, confirmando a cada minuto la negrura de la más grande de todas las catástrofes que nuestro país haya alguna vivido vez.

Cada hora que pasaba sólo hacía más grande la incertidumbre, de todo un país agobiado por tan aplastante hecho. La primera acción del gobierno para aclarar los acontecimientos, fue tratar de determinar que cosa lo había provocado, descartándose rápidamente varias de las teorías que afirmaban cosas que, a juicio de muchos eran a lo menos absurdas, llegando sin más demora a la conclusión de que un misil intercontinental nos había golpeado, y que a juzgar por el daño, tendría que haber sido uno con cabeza nuclear; Mas nadie sabía de dónde ni de quién, pero lo que más dolor de cabeza causaba era no saber por qué. De haber sido un misil alguien tenía que haberlo lanzado de alguna parte, y nuestros radares (de la más avanzada tecnología) lo tendrían que haber rastreado, a no ser que nos hubieran lanzado un nuevo prototipo antirradar, que de hecho era lo que más se pensaba y se temía, ya que el que estuviera jugando al tiro al blanco con nuestro país, ya había demostrado tener buena puntería, y a la vez tener con que usarla.

Por lo tanto el paso siguiente del gobierno fue reunirse con el consejo de seguridad de naciones unidas para discutir la situación y encontrar al responsable, aunque esa decisión no fue bien vista por gran parte de la población, la cual, agitada, clamaba desesperadamente por justicia, y a la vez enjuiciaban, culpando sin atraso a cuanto país haya tenido roces con el nuestro, siendo Argentina, Perú y Bolivia los tres primeros en la lista.

Tratando de mantenerse firme en sus actos, el presidente Carlos Andrade, (quien dentro de poco reasumiría nuevamente el poder) hizo un llamado a la calma del país, prometiendo que se haría justicia, una vez que se encontrara al o a los culpables de tan cobarde y despiadada masacre que sólo habría de conseguir juicio y castigo al que lo haya realizado, condenándolo por lo poco, a todas las penas del infierno por sus actos viles, y a todos aquellos que lo hayan apoyado ya sea de forma física, logística, moral, o monetaria, que sepan que no habrá espacio suficiente en éste mundo que resguarde un escondite, para todos aquellos que serán apuntados y finalmente aplastados con el dedo inquebrantable de la ley.

Hecho éste llamado, el que al ser efectuado causó buen efecto en nuestro pueblo, e irremediable miedo en los habitantes de los países vecinos (y digo en los habitantes ya que al haber tanta incertidumbre, ninguna persona del mundo hubiera querido que su país fuera el responsable, por saber las terribles consecuencias que por ello se esperaban) ya que el llamado fue estratégicamente duro, para acabar con cualquier nueva tentativa que el responsable pudiera planear en prontitud, el presidente organizó una junta en la sede de naciones unidas para discutir en persona acerca de la gravedad de lo que había ocurrido. Pero por otra parte, la agitación crecía ahora dentro de nuestras propias fronteras, donde el férreo gobierno que había mantenido el país en pie y a la vanguardia durante tanto tiempo, comenzaba a dividirse, y por consiguiente a desmoronarse, como un barco que zozobra en un mar encolerizado en medio de una tempestad.

Algunos creían que mantener al presidente en el poder era de hecho lo más viable y lo más seguro para la sociedad, ya que actuando con tino y astucia, se encontraría rápidamente al culpable y sería llevado a juicio. Otros postulaban que la mejor opción sería resguardarse en el seno de las armas y declarar el estado de alerta, cediendo el poder por tiempo definido a los militares, y si era necesario, buscar y destruir al o a los responsables de la masacre. Esta lucha interna amenazaba de forma creciente la solidez de nuestro gobierno, y de diluirse por completo, y de que continuaran éstas diferencias, en vez de estar en pie de guerra con el responsable, estaríamos en pie de una violenta guerra civil.

A pesar de que las acciones del presidente por aclarar el hecho con naciones unidas estaban teniendo buena acogida por la mayoría de los ciudadanos y causando buen efecto en los países vecinos, el conflicto interno seguía creciendo lo que provocó que al tercer día de ocurrido el atentado, las fuerzas armadas pidieran formalmente al presidente deponer el poder en sus manos, y que ellos manejarían la situación, hasta acabada la marea oscura que bañaba nuestra tierra. A lo que el presidente nuevamente se opuso, ya que rechazaba terminantemente que nuestro país entrara en guerra, que era lo más probable, si se declaraba el estado de alerta. Luego de eso continuaron las indagaciones y las reuniones con diversos líderes mundiales, y mientras más nos acercábamos al responsable por las vías diplomáticas, más crecía la división en el gobierno y las diferencias ya comenzaban a marcarse incluso en los mismos ciudadanos, que aun con miedo y rencor comenzaban a disputarse la verdad, como si ya se tratara de un juego.

Fue en ése entonces que apareció con más fuerza que nunca la imagen de un hombre, que había mantenido un perfil muy bajo hasta ése minuto de nuestra historia, un hombre que (si se me permite) se puede decir que había estado haciendo nada en su trabajo, pesar de tenerlo, pero como él no había tenido un trabajo específico que realizar dentro de su mismo trabajo, era para la sociedad, prácticamente un desconocido. Hablo nada más ni nada menos que del mismísimo comandante en jefe del ejército, el general Adriano Romero Altamirano, el hombre que había sido elegido por el presidente en persona, y que había jurado ante la patria, la fuerza y la razón, proteger de todo adversario, o adversidad, el patrimonio de nuestra hermosa nación, y dar hasta la última gota de su sangre, antes de que un enemigo, pusiera siquiera un pie en nuestra tierra.

Al aparecer públicamente ésta nueva imagen del poder Chileno, fue como si el país entero hubiera ingerido un calmante, ya que con su imagen altiva y segura, inspiraba a la vez cierta seguridad en la sociedad, al saber que un hombre recto, justo, imparcial e inquebrantable a los prejuicios y la corrupción llevaba el mando de todo nuestro músculo militar, el mismo que nos defendería de cualquier intento de invasión o agresión, y que defendería nuestra causa hasta las últimas consecuencias. Su primer discurso público hizo mucho énfasis en retornar a la calma y la confianza, ya que los tiempos oscuros no durarían mucho, y que de ser necesario él mismo velaría por la seguridad de cada uno de los ciudadanos, no permitiendo que se vuelva a herir de ésta forma nuestro patrimonio y asegurando a su vez y con convicción que las cosas, más allá de lo que habían ido no iban a llegar, concluyendo por tanto que cada ciudadano puede volver a su vida normal sin temor a un futuro oscuro, que no sería tal, ya que se está trabajando duramente para llevar a buen término, lo que no tuvo un buen comienzo.

Luego de citado discurso (al cual sólo me refiero en su parte de mayor relevancia) cambió nuevamente el estado de ánimo de toda la nación, y fue como si otra vez el país se uniera, tal cual como otrora estuviera unido, y es que luego de dichas palabras, dichas a su vez con un tono tan grave como elocuente, el cambio de temperamento no podía ser menor. Demás está decir (aunque insista con esto) que la popularidad que alcanzó el Comandante Romero desde ése punto se fue a las nubes, aunque dicha popularidad estaba destinada a una vida corta, ya que las diferencias que comenzaron a presentarse entre el poder ejecutivo y el poder militar, y que relataré en lo sucesivo, comenzaron nuevamente a dividir al gobierno y en lo consiguiente, a dividir también al pueblo, ya que no debemos olvidar que el presidente Andrade también tenía una acrecentada popularidad, la que comenzó casi inevitablemente (y me atrevo a decir que patéticamente también) a “chocar” con la popularidad del general Romero una vez que comenzaron las nuevas diferencias, las que de a poco hicieron que mucha gente recordara y con recelo agregado, como en tiempos idos el país estaba divido de una manera que era impensada en los nuevos tiempos, ya que prácticamente eran del siglo pasado, y que a comienzos del siglo 21 comenzaron a disiparse, para desaparecer completamente cuando la nación abrazó el bicentenario el año 2010.

Hablo como ya habrán adivinado, los lectores que hayan vivido en aquellos años, de la diferencia ideológica provocada por los frentes que en algún momento de nuestra historia fueron conocidos como “extrema izquierda” y “extrema derecha”, y que tuvieron su apogeo durante la primera dictadura Chilena que transcurrió durante los años 1973 y 1990 y que a su vez tuvo dos grandes íconos; El presidente Salvador Allende (fallecido en el golpe de estado del 73’, y que fue el icono de la antigua “izquierda”) y el general Augusto Pinochet Ugarte (quien falleció por problemas cardíacos a fines del año 2006, y que fue a su vez el icono de la antigua “derecha”) quienes fueron durante ése periodo de tiempo, recordados como verdaderos héroes por sus respectivos “bandos”. Pero como ésa es una historia tanto antigua como delicada, sólo me permitiré rescatar lo citado, como un efectivo ejemplo para plasmar de una forma más fiel, la manera en que nuevamente el país comenzó a dividirse, (y por poco a desmoronarse) y que es parte por lo demás, de la historia que pertenece al tiempo en el que yo he vivido y de la cual puedo hablar con mayor propiedad, por ser parte considerable de mi propia vida, que se vio dura y bruscamente transformada a sus anchas y que de hecho me forjó en el hombre que soy hoy en día, y que con el transcurso de ésta historia, ustedes seguirán conociendo.

Al cuarto día del atentado, (y faltando sólo uno para que el presidente reasumiera el poder) el ejército volvió a pedir al presidente que cediera el poder, y ésta vez fue el general Romero en persona quien hizo el llamado, asegurando devolver la calma al país y por consiguiente devolver el poder una vez acabada la incertidumbre, ya que por fuentes “por confirmar”, se sospechaba fuertemente que la confederación Perú-Boliviana era la responsable del atentado, y por lo demás se culpaba a argentina por prestar el apoyo logístico necesario para llevar a cabo tan despiadado plan en contra de nuestra nación. A éste segundo petitorio consecutivo, el presidente reaccionó rápidamente y con evidente malestar, ya que consideraba una grave falta a la ética del ejército que se le hiciera el mismo petitorio, dos días consecutivos, y que a la vez, prácticamente se pusiera en tela de juicio su razón, al volverle a pedir, lo que tan claramente había rechazado. Por lo demás consideraba, y a pesar de que Perú, Bolivia y Argentina fueran los principales sospechosos, que no era correcto juzgarlos de la forma en que el ejército los quería juzgar, sin tener al menos, una prueba irrefutable.

De esa forma se comenzó a generar un acalorado debate entre el poder ejecutivo y el poder militar, en el que el último por respuesta dijo, en voz del general Romero, que se temía lo peor en caso de no reaccionar más enérgicamente, y terminó postulando el cierre definitivo de las fronteras con los países vecinos, y pasar al estado de alerta, ya que de holgar más la situación, había una gran probabilidad de que volviéramos a ser atacados, por mostrar tanta inseguridad y desorganización, ya que el que nos había atacado, estaba demostrando que podía lograr sus objetivos, fueran éstos cuales fueran. Y como si se estuviera ejerciendo con furia la ley de acción – reacción, por parte de éstos dos poderes, el presidente nuevamente se opuso, y ésta vez terminantemente, luego agregó de forma muy seria que si se le seguía presionando de ésta forma, se vería en la obligación de dar de baja al general Romero de su cargo por tiempo indefinido.

En ése aire de contradicciones y diferencias llegó sin demora el día 29 de febrero de 2033, el día en que se marcaría otra fecha en nuestra historia con el nuevo período gubernamental que asumía nuestro presidente. Mas la fecha parecía estar destinada, (como hacía tiempo el país entero parecía estar destinado) a un desenlace fatal; Justo en el momento que en Santiago se celebraba la ceremonia de juramento (esto cerca de las 10:00 AM), un segundo atentado, de similares características que el primero, azotó duramente el norte de nuestro país, causando muerte y destrucción por doquier. Al igual que el primero, hubieron miles y miles de bajas civiles, y al igual que el primero, nadie pudo notar de donde llegó la muerte, ni quien la envió. Nada, nada de nada hacía notar ni dirección, ni remitente, y ni un porqué del atentado, nadie se atribuía el hecho, ningún país y ningún grupo extremista, y ningún país hacía algo siquiera por los atentados que nuestro país sufrió. Fue de hecho en ése momento que el país entero se dio cuenta de lo abandonado que se estaba quedando; Solo y desmoralizado en un mundo que parecía querer verlo muerto y sus riquezas repartidas.

En el acto el general Adriano Romero Altamirano ordenó una junta con los altos mandos militares en donde discutieron a fondo la situación y llegaron a la conclusión de la inutilidad de la reciente activación parcial del código de seguridad de nivel 3, e inútil sólo, por no haber sido ejecutado a fondo y por entero de una sola vez. La junta militar por tanto decidió frenar las formalidades y ejecutar el código por completo, significando eso que el poder del estado pasaría a manos de los militares, y para evitar una nueva negativa por parte del presidente Andrade, en un comunicado extendido por todos los medios de comunicación que no habían colapsado, se informó al presidente del ultimátum que los militares le entregaban: “Deponer el poder voluntariamente antes de las doce mil horas (12:00 PM) o exponer y arriesgar la vida propia y de los opositores, si su decisión es negativa y decide permanecer en el poder, ya que de rehusarse al presente ultimátum se efectuará un golpe de estado calificado y el consiguiente desalojo de las aulas presidenciales; De rehusarse a esto último, el desalojo será efectuado bajo el poder de las armas, sin importar el perjuicio que eso implique ni las consecuencias que con eso se conlleven”...

Y así sin más, fue como si los tiempos de terror renacieran en nuestra patria, aunque hasta ése punto nada era seguro en un cien por ciento, pero los acontecimientos se estaban desarrollando en un clima totalmente desfavorable, por no tener que usar la palabra “censurable”, ya que sólo el tiempo diría la última palabra y a su vez sólo el tiempo diría quien tenía la razón. Con ése ultimátum cambiaron muchas cosas y con el transcurrir de las horas se modificarían otras tantas, mas lo único cierto es que ésta historia, con todos sus posibles desenlaces, aun estaba lejos de acabar...




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“...Hay que cortar el ducto de alimentación, de un nuevo dictador...” (Sol y lluvia)

Emerson “Ex-Kast” Geissbühler 2006.